Originalmente identificada con la curación de las enfermedades, la medicina es hoy en día
todo un universo: a la vez ciencia natural y ciencia social, con raíces biológicas, psicológicas
y sociales; servicio utilitario e idea filosófica; oficio de interés público y ejercicio intelectual;
centrada en el razonamiento pero que aprovecha la magia, la intuición y el azar; tecnología
y teoría; auxilio humanitario; sistema, industria y negocio; habilidad, pericia, don, poder;
disciplina y cultura; dogma y acervo; conocimiento y trabajo; empleo, capacidad, ministerio,
ocupación, obligación; carrera profesional, apostolado, función, destino, ciencia y arte.
La medicina de hoy acepta bajo su definición muchos calificativos y muchos oficios. La
investigación de laboratorio, la historiografía, la sociología, la pedagogía, la salud pública,
la administración, la mercadotecnia, la edición de textos y muchas otras actividades son ejercidas
por médicos, sin salirse necesariamente de su profesión. Pero el prototipo sigue siendo
el clínico que conserva la imagen tradicional de lo que la profesión ha sido durante milenios,
imagen que sigue respondiendo a las expectativas de la sociedad. Los pacientes continúan
necesitando quién se ocupe de ellos como seres individuales, quien les entienda y les ayude a
superar sus problemas de salud.
LOS LÍMITES DE LA CLÍNICA
El término clínica tiene varias connotaciones. La etimología se refiere a la cama en la que
están postrados los enfermos pero, aunque la clínica se originó ante la cama del enfermo,
se ha extendido muy lejos de ella. El término aparece hasta la sexta edición del Diccionario
de la Academia Española de la Lengua, en 1822, y se refiere tanto a la parte práctica de la
medicina como a la pieza de los hospitales destinada a realizarla. El vocablo tiene dos funciones:
como sustantivo se refiere a una parte de la medicina y a un local para ejercerla y, como
adjetivo, a todo lo referente a la medicina práctica en su concepción más tradicional. Muchas
expresiones que la contienen como adjetivo son gramaticalmente incorrectas, como análisis
clínico, síntoma clínico o aspecto clínico porque cada una de ellas podría quedar desprovista
del calificativo sin modificar con ello su sentido. La diversidad de actividades que desarrollan
actualmente los médicos justifica la atribución del término clínicos para quienes se dedican a
la atención de pacientes. En algunas culturas el adjetivo se limita a quienes no son cirujanos
y se convierte en sinónimo de internista.
Para propósitos de este texto, la palabra clínica se restringirá a una de sus funciones sustantivas:
lo que la Academia de la Lengua define como “la parte práctica de la medicina” y
que en una concepción más amplia y moderna se refiere al estudio ordenado y sistemático de
las diversas manifestaciones de las enfermedades, sean reveladas éstas mediante el interrogatorio,
el examen físico o los procedimientos auxiliares; todo ello con el propósito de precisar
un diagnóstico, establecer un pronóstico y aplicar un tratamiento adecuado a un paciente
individual.
El oficio comprende la habilidad de entablar una relación afectiva con el enfermo, ganarse
su confianza; lograr que proporcione información completa, fidedigna y relevante; descubrir
los signos de enfermedad y apreciarlos en su magnitud e importancia; relacionar lógicamente
los síntomas y signos; seleccionar e interpretar estudios complementarios sin perder de
vista los conceptos de costo y beneficio; explicarse fisiopatológicamente lo que ocurre en el
organismo enfermo; estimar las probabilidades de que el paciente supere la enfermedad y la
necesidad de ayuda terapéutica; indicar el tratamiento, observar su efectividad y vigilar sus
efectos adversos o complicaciones; limitar la aparición de secuelas y, en su caso, rehabilitar
al paciente.
Las descripciones anteriores parecen excluir de la clínica a la medicina preventiva, pero
esto no es real. Todas las acciones médicas son preventivas en el sentido de que evitan males
mayores (aunque ocasionalmente los producen) y el concepto actual de prevención se ubica
mejor en lo que se ha llamado actitud anticipatoria. Al margen de que la reparación del daño
suele ser la demanda más frecuente, el clínico moderno acecha la presencia de factores de
riesgo que presagien daño adicional, maneja terapéuticamente los riesgos, participa muy activamente
en la educación de los pacientes y sus familiares, prescribe inmunizaciones, etcétera.
Según lo expresó Dumás, a principios del siglo pasado, la extensión del dominio clínico
consiste en “desentrañar el principio y la causa de una enfermedad a través de la confusión
y la oscuridad de los síntomas; conocer su naturaleza, sus formas, sus complicaciones; distinguir
al primer vistazo todos sus caracteres y diferencias; separar de ella, por medio de un
análisis rápido y delicado, todo lo que le es extraño; prever los acontecimientos ventajosos y
nocivos que deben sobrevenir durante el curso de su duración; gobernar los momentos favorables
que la naturaleza suscita para operar en ella la solución; estimar las fuerzas de la vida
y la agilidad de los órganos; aumentar o disminuir, de acuerdo con la necesidad, su energía;
determinar con precisión cuándo es necesario actuar y cuándo conviene esperar; decidirse
con seguridad entre varios métodos de tratamiento, los cuales ofrecen ventajas e inconvenientes;
escoger aquel cuya aplicación parece permitir mayor celeridad, más concordancia,
más certeza en el éxito; aprovechar la experiencia; percibir las ocasiones, combinar todas las
posibilidades; calcular todos los azares; adueñarse de los enfermos y sus afecciones; aliviar
sus penas; calmar sus inquietudes; adivinar sus necesidades; soportar sus caprichos; manejar
su carácter y regir su voluntad...”.
EL ARTE DE LA CLÍNICA
La palabra arte tiene muchas acepciones. Desde la que tiene que ver con la estética, la expresión
de los sentimientos hasta simplemente la destreza para realizar alguna actividad o
los secretos para sacarle provecho. Por ejemplo, de manera satírica, Tom Glass se refiere al
arte de la medicina como las estrategias para violar todos los preceptos éticos de la práctica y
orientarla a ganar dinero.
Cuando se habla del arte de la clínica suele aludirse a la habilidad que alcanzan algunos
médicos después de años de experiencia, mediante un proceso relativamente inadvertido y
desconocido que difícilmente se puede expresar en símbolos, estructuras o tácticas. Tiene
que ver con ciertas potencialidades, probablemente innatas, que se van perfeccionando con
la exposición a muchos casos, al grado de alcanzar pericia al cabo de los años. Igual que la
destreza en las bellas artes, sólo la práctica hace al maestro.
Como lo señala Soriguer: “durante siglos, el ‘poder’ de la medicina se fundamentaba
precisamente en ser depositaria de un conocimiento misterioso altamente apreciado (por necesario)
por la sociedad. Este conocimiento estaba basado en la tradición y la experiencia.
Muchos (médicos y pacientes) añoran la figura de aquel médico depositario de todos los
conocimientos y sobre el que se descargaba ciegamente la responsabilidad de la enfermedad.
No importaba demasiado cómo eran adquiridos los conocimientos, ni si la experiencia estaba
fundamentada en un contexto verificable. La fama, que era el reconocimiento popular de la
sabiduría, era también el único instrumento de validación de la competencia profesional”. En
todo caso, la designación de la clínica como arte se basa en la idea de que no es reductible a
los axiomas de la ciencia. Un arte nace del dominio de ciertas técnicas que, al menos superficialmente,
desafían cualquier explicación, que no parece estar gobernado por reglas y se basa
mucho en la intuición.
Aunque no se puede negar el valor de la experiencia el concepto de la clínica como un arte
tiene inconvenientes prácticos. En primer lugar, su imprecisión, es decir su ambigüedad; en
segundo lugar, su falta de sistematización, lo que impide su enseñanza; la única respuesta a las
necesidades de aprendizaje de un novato tendría que ser la de esperar a que pasen los años. Habría
que reconocer, además, que la sola experiencia no es aprendizaje, sino que tiene que tener
significado en la vida del sujeto, es decir, tiene que ser experiencia significativa, de modo que
no todos alcanzan la condición de expertos por el solo hecho de haber ejercido muchos años.
Admitir que la clínica es un arte implica aceptar que no puede ser comprendida, estructurada,
sistematizada; que el talento y la intuición son los ingredientes básicos; que se aprende
más bien por ensayo y error, que su dominio está limitado a unas cuantas personas sobredotadas
o privilegiadas. Negar que es un arte significa desconocer el valor de elementos subjetivos
o desconocidos en la adquisición de la pericia. Por ello, cabe la postura ecléctica de admitir
que la clínica es la mezcla de ciencia y arte, pero con el enfoque hacia los aspectos cognoscibles
y hacia la búsqueda de los desconocidos, sin el desánimo que induciría el reconocimiento
de que sólo algunos iluminados pueden dominarlo.
LA CIENCIA DE LA CLÍNICA
El concepto de la clínica como ciencia también admite varios enfoques, desde su ejercicio
como actividad metódica y ordenada hasta su relación con la generación de conocimientos.
Los límites de lo científico cada vez son más difusos. El que la clínica tiene sus reglas y
su orden y que puede ser generadora de conocimientos casi no necesita argumentarse; sin
embargo, los clínicos hemos sido acusados de empíricos y mágicos, que nuestros propósitos
están bastante lejos de relacionarse con la búsqueda de la verdad sino tan sólo con la mejoría
de los enfermos; que nuestras observaciones no son reproducibles ni verificables; que no
controlamos las variables que participan en nuestras decisiones; que carecemos de disciplina
para evaluar nuestros éxitos y nuestros fracasos; que nos hemos dejado engañar durante siglos
por el ubicuo efecto placebo; que tenemos obvias limitaciones éticas y logísticas para llevar a
cabo experimentos y que hemos contribuido bastante poco al progreso de la medicina. Por lo
tanto, la actividad de los clínicos (se dice) no puede considerarse actividad científica.
Para juzgar si la clínica es o no una ciencia conviene excluir el plano situacional, pues
se corre el riesgo de considerar como esencial lo que es simplemente un vicio, de la misma
manera que no sería sano juzgar lo que es la investigación científica a través de lo que
realizan cotidianamente muchos investigadores. En el plano conceptual se pueden analizar
algunas características de la clínica para controlarlas con las de cualquier ciencia. La primera
se refiere a los propósitos de cada una; mientras que la clínica aspira a ayudar a los enfermos
de ahora, independientemente de que sea posible ayudar a los del futuro, la ciencia busca la
generación de conocimientos. No se podría admitir que uno de los requisitos para considerar
que la clínica es una ciencia es que renunciara a todos sus fines altruistas y se enfocara a la
búsqueda de la verdad, independientemente de que ésta presente o no una ventaja para el
enfermo. Parece un precio demasiado alto para alcanzar un dudoso privilegio. En todo caso,
la responsabilidad de atender pacientes constituye una valiosísima oportunidad para que, sin
abdicar del principio de beneficencia, se avance en el encuentro de nuevas verdades.
El empleo del método hipotético-deductivo propio de la ciencia no es ajeno a la actividad
clínica. El proceso del diagnóstico avanza a través de la generación, refinamiento, refutación
o confirmación de hipótesis. Una diferencia con el método que suelen utilizar los investigadores
científicos es que, mientras estos ponen trampas a sus hipótesis de manera que sólo si
logran rebasar estas maquinaciones se consideran válidas, los clínicos más bien buscamos
argumentos que las fundamenten o las fortalezcan hasta que alcanzan un nivel crítico que permita
las decisiones, independientemente que no alcancen la certeza de una verdad científica.
En cuanto a que la clínica no puede realizar experimentos porque el clínico no está éticamente
autorizado para ello y no tiene la posibilidad de asumir el control de todas las variables,
habría que recordar la definición que da el propio Claude Bernard: “se da el nombre de experimentador
al que emplea los procedimientos de investigación, simples o complejos, para
hacer que los fenómenos naturales varíen o se modifiquen con un fin cualquiera y así hacerlos
aparecer en circunstancias o condiciones en que no los presenta la naturaleza”. Esta definición
puede aplicarse perfectamente al terapeuta que pretende modificar el fenómeno natural,
en este caso el padecimiento. En la medida en que las acciones terapéuticas se ajusten a las
reglas de la ciencia, el clínico puede realizar investigaciones sin tener que atentar contra los
preceptos éticos. Más aún, cada caso individual puede ser manejado de acuerdo con el diseño
experimental peculiar conocido como “ensayo clínico controlado de n = 1”. Esto quiere que
durante una semana de práctica activa un clínico ocupado lleve a cabo más experimentos quela mayoría de los científicos de laboratorio en un año. Ciertamente, no existe la disciplina
de realizar las acciones terapéuticas bajo estas reglas de evidencia válida, análisis lógico y
pruebas demostrables, pero la potencialidad de hacerlo no se contrapone con la esencia de la
actividad clínica y la enriquece.
También se ha objetado que la información clínica no tiene las características que debe
tener un dato científico, es decir, que sea inequívoco, objetivo, cuantitativo, reproducible,
mensurable, etc. La ciencia trabaja con datos “duros” y la clínica con datos “blandos” derivados
frecuentemente de conversaciones o de exploraciones poco fidedignas. Sin embargo, la
moderna epidemiología clínica ha aportado alternativas para la medición de los fenómenos
clínicos y para su manejo técnico como datos científicos, de manera que este obstáculo ha
sido salvado.
En otras palabras, si bien el manejo cotidiano de los pacientes no siempre atiende a las
características de una práctica científica, la medicina clínica tiene ciertamente las condiciones
para constituirse en una verdadera ciencia. Como lo señala Feinstein, “la partícula básica que
es un todo unitario en el terreno de la fisiología de órganos internos o de células; en bioquí-
mica, una molécula; en filosofía, una idea; en semántica, una palabra. La partícula básica que
es un todo unitario en el terreno de la medicina clínica en una persona enferma; las unidades
básicas de observación son los signos, los síntomas y los atributos personales; las cantidades
básicas de medida son palabras y, ocasionalmente, números; los métodos básicos son los del
examen clínico, el razonamiento clínico y la terapéutica clínica; el propósito básico es prevenir
la enfermedad que aún no haya ocurrido y, cuando ya existe, ‘curar ocasionalmente, aliviar
frecuentemente, consolar siempre’”.
Lo que no puede dejar de admitirse es que la clínica es, esencialmente, una actividad
cognitiva de solución de problemas y que, lejos de ser una cualidad misteriosa y restringida a
los iniciados, es una habilidad susceptible de ser sistematizada.
LECTURAS RECOMENDADAS
• Bernard C. Introducción al estudio de la medicina experimental, México: UNAM, 1960:136.
• Carrera OG. El barbarismo en medicina. México: UTHEA, 1960:49-53.
• Dumas CL. Eloge de Henri Fouquet, Montpellier 1807. Citado por Fouccault M: El nacimiento de la clínica.
Una arqueología de la mirada médica. México: Siglo XXI Editores, 8ª. ed., p. 129.
• Evans DA. Issues of Cognitive Science in Medicine. En: Evans Da, Patel VL: Cognitive Science in Medicine.
Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 1989:3-19.
• Feinstein AR. Clinical Judgment. Malabar, Florida: Krieger Publishing Company, 1985.
• Glass T. The art of medicine. San Antonio, Tex.: Glass Publishing Co., 1990.
• Guyatt GH, Séller JL, Jaeschke R, Rosenbloom D, Adachi JD, Newhouse MT. The n-of-1 randomized controlled
trial: clinical usefulness. Ann Intern Med 1990;112:293-299.
• Lifshitz A. Ad asum et ad valorem. Rev Med IMSS (Mex) 1990;28:1-3.
• Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Editorial Espasa Calpe, 21 ed., 1992.
• Soriguer-Escofet FJC. ¿Es la clínica una ciencia? Madrid: Editorial Díaz de Santos, 1993:16-1B.
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