El médico clínico es, fundamentalmente, un tomador de decisiones y su calidad profesional
se puede estimar en función de su capacidad de elegir buenas opciones en el momento oportuno.
Las decisiones tienen, al menos, una dimensión técnica y otra ética, si bien ésta última
se suele soslayar o asumir de manera automática, sin la reflexión correspondiente; y es que
no se han creado los debidos espacios para meditar sobre los componentes éticos de las decisiones
cotidianas, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con los elementos técnicos del
diagnóstico y el tratamiento.
La ética clínica contemporánea no consiste tan sólo en respetar los códigos, reglas, juramentos
y declaraciones convencionales. La ética médica ha sufrido una profunda transformación
en las últimas décadas en respuesta a las nuevas condiciones sociales; pero sobre todo
como consecuencia del movimiento de la bioética que ha propiciado que el cuerpo de conocimientos
de la ética clínica se someta a una revisión completa mediante el cuestionamiento, la
disquisición filosófica y la investigación.
La velocidad del avance científico y tecnológico no ha corrido paralela con el avance
normativo y ético, de tal modo que los médicos contemporáneos frecuentemente enfrentamos
situaciones inéditas, que no tienen precedentes escritos o convenidos, y ello ha planteado la
necesidad de una ética que sea racional y lógica, flexible, prospectiva, transparente y secular.
Las aspiraciones de la sociedad de hoy en día no siempre corresponden con los valores
ancestrales de la profesión médica y, por ejemplo, se incentiva más el empleo excesivo de
los recursos tecnológicos que la dedicación al cuidado de los pacientes. La actividad clínica
cotidiana enfrenta al médico a conflictos y dilemas éticos inesperados. Para propósitos de
este escrito se considera dilema cuando las proposiciones entre las que hay que elegir tienen
un valor similar y competitivo, mientras que en un conflicto las proposiciones tienen valores
diferentes, una relacionada con el interés primario y la otra con el secundario. Estos dilemas y
conflictos se plantean durante toda la vida profesional del médico y aún antes.
ALGUNOS CONFLICTOS DEL ESTUDIANTE DE MEDICINA
El médico enfrenta la necesidad de hacer reflexiones éticas desde su etapa formativa, si bien
tampoco aquí se han creado los espacios para su análisis. El cuadro 21.1 muestra algunas de
las preguntas que podrían hacerse los estudiantes de medicina relacionadas con conflictos
éticos. Por ejemplo, revelar al paciente la condición de estudiante tiene el valor incuestionable
de la honestidad y la desventaja práctica de que el paciente no va a depositar su confianza en
quien reconoce como un aprendiz. Se corre el riesgo de que el paciente se niegue, con todo
derecho, a ser atendido por un estudiante y en muchos países la enseñanza de la medicina ha
tenido que recurrir a pacientes estandarizados, simuladores y maniquíes, en virtud de la negativa
de los enfermos a participar en la formación de los futuros médicos.
La buena disposición de los alumnos para colaborar en la atención médica los lleva a veces
a cometer errores o indiscreciones cuando ofrecen información al paciente o a sus familiares,
máxime cuando ésta no coincide con la que proporciona el médico tratante. La prudencia
y las normas de las unidades de atención médica aconsejan que sea sólo el médico responsable
del caso el que informe al paciente o a la familia, para evitar interpretaciones que pudieran
parecer contradictorias.
Por fortuna cada vez se tiene más conciencia de respetar al paciente como persona y hoy
en día no sólo se les explican los procedimientos a los que van a ser sometidos sino que se les pide su autorización. En lo que continúa debatiéndose es en la necesidad de solicitar la autorización
del paciente para que los estudiantes consulten su expediente. Existe la idea (errónea)
de que el contenido del expediente le pertenece al hospital, cuando en realidad éste es sólo
un custodio de la información que proporcionó el enfermo, confiado en que se manejaría de
manera confidencial; la información le pertenece al paciente y el hospital sólo es propietario
acaso del papel en el que está escrita. Esto implica que los estudiantes de medicina, efectivamente,
tendrían que recabar la autorización del paciente para consultar los datos consignados
en el expediente clínico.
Uno de los conflictos más comunes es el que tiene que ver con la realización de procedimientos
en los pacientes por parte de los estudiantes. Es verdad que antes de intentarlos los
alumnos tienen que demostrar que conocen a fondo la teoría, la técnica y las complicaciones
y riesgos, que deben ser supervisados por un experto y, siempre que sea posible, tener una
práctica análoga previa. No obstante, tarde o temprano, el estudiante tiene que enfrentar la
realización del procedimiento en un paciente real; ello plantea el conflicto entre el derecho
que tiene el paciente a que sea el experto quien lo realice y la necesidad de los estudiantes de
aprender a hacerlo.
En la organización de los servicios clínicos se identifica una jerarquía que casi no permite
disensión. Los antecedentes castrenses de muchos servicios hospitalarios se muestran en
el comportamiento de los médicos de distintas categorías. Esto ha propiciado que la mayor
virtud sea la obediencia y que cuando un subordinado no esté de acuerdo con alguna decisión
deba acatarla sin discusión. Pero, considerando que nadie es infalible, se convierte en una
responsabilidad ética expresar el desacuerdo, aunque las actitudes de los adscritos y jefes de
servicio no sean propicias para ello. Se entiende, desde luego, que en situaciones de urgencia
se debe acatar la disposición del responsable del caso pero, fuera de ello, la discusión y la
argumentación puede ser saludable, tanto para el progreso profesional personal de los involucrados
pero, sobre todo, para el paciente.
La búsqueda de la eficiencia suele propiciar que se abandone al enfermo terminal por
atender a los recuperables, considerando que el tiempo del médico es un recurso finito que se
tiene que racionar. Sin embargo, si se parte del principio de la obligación de atender las necesidades
de cada paciente, las del terminal son, acaso, que se le acompañe, que se le permita la
presencia de sus familiares o la entrada del notario. En ningún caso se justifica el abandono.
Todos hemos aprendido en los cadáveres; una de sus aportaciones ha sido la de ayudar a
formar a los médicos. Pero ello no implica que no sea necesario hacerlo con respeto y recabando
las autorizaciones correspondientes.
El aprendizaje de la medicina supone no sólo la adquisición de conocimientos sino, particularmente,
de habilidades, destrezas y actitudes. La identificación de los sonidos auscultatorios,
por ejemplo, exige dominar las técnicas de abstracción, es decir, borrar de la percepción
todos los ruidos adicionales y concentrarse en lo que se pretende oír. Esta capacidad suele ser
difícil de adquirir y mientras el alumno no la adquiera no va a poder alcanzar las habilidades
auscultatorias requeridas. Es común, sin embargo, que al principio no se perciba lo que el
maestro describe; esto obliga a confesarlo y a perseverar en la práctica. En otras palabras,
habría que cultivar la honestidad intelectual de reconocer que aún no se ha aprendido, independientemente
de que, bajo nuestros sistemas educativos, ello suele ameritar una sanción
académica.
El fraude en los exámenes es casi una institución. La habilidad para copiar es un timbre
de orgullo, sin reflexionar que los logros sustentados en una conducta fraudulenta no sólo
carecen de valor y legitimidad sino que son el principio para una vida profesional corrupta.
Sin embargo, cuando se ha interrogado a los alumnos si denunciarían a un compañero que
está copiando en los exámenes, casi invariablemente contestan que no, porque jerarquizan
el compañerismo por encima de la honestidad, o simplemente porque no quieren enfrentar
represalias posteriores por parte del grupo. Algo similar ocurre con los estudiantes que
presencian el maltrato a un paciente, la invención de los datos de una historia clínica (por
ejemplo, el examen rectal o vaginal omitidos) o algunas otras conductas que se valoran como
éticamente incorrectas
.Cuadro 21.1. Algunos conflictos éticos del estudiante de medicina
• ¿Revelar a los pacientes la condición de estudiante?
• ¿Proporcionar por su cuenta información al paciente o a los familiares?
• ¿Intentar un procedimiento para el que no se siente suficientemente capaz?
• ¿Realizar procedimientos innecesarios sólo para practicar?
• ¿Realizar maniobras en los cadáveres sin autorización?
• ¿Ejecutar una orden del profesor o del adscrito con la que no se está de acuerdo?
• ¿Abandonar al paciente terminal por atender a uno recuperable?
• ¿Cómo proceder si el paciente se niega a ser atendido por un estudiante?
• ¿Solicitar autorización a los pacientes para realizar procedimientos o para consultar su expediente?
• ¿Qué hacer si no se entiende la explicación del profesor o la del libro, si no se escucha lo que se
supone se debe oír en la auscultación? ¿Confesar la ignorancia?
• ¿Cómo proceder cuando un compañero está copiando en el examen o haciendo algún otro tipo
de fraude?
• ¿Qué hacer si uno averigua que el compañero inventó los datos del expediente?
• ¿Qué hacer si uno atestigua que el compañero trató inadecuadamente a un paciente?
En una encuesta que se hizo a estudiantes de medicina de Philadelphia 89% aceptó haber
actuado no éticamente (de acuerdo con sus propios criterios de lo que esto significara) y 61%
aceptaron haber presenciado conductas no éticas.
En todo caso, y considerando que en el aprendizaje de la ética parece más importante el
currículum oculto que el explícito, se percibe una necesidad de propiciar los espacios para el
análisis conjunto de las situaciones cotidianas de la práctica clínica y docente relacionadas
con la ética, y no sólo de perfeccionar los cursos doctrinarios de ética o bioética.
LA ÉTICA Y EL DOCENTE
Los escenarios de la atención médica son también escenarios educativos en los que el novato
está constantemente aprendiendo del experto. No se puede eludir la responsabilidad de servir
de modelo y ejemplo y se tiene que reconocer que los expertos tienen una influencia fundamental
en la formación técnica y ética de los novatos. La obligación moral de todo médico
es compartir sus experiencias; tendría que descalificarse el comportamiento de explotar los
remedios secretos y de evitar que otros aprendan para eludir la competencia.
El maestro adquiere también un compromiso con el conocimiento. La conducta de algunos
profesores que por mantener un prestigio no aceptan que no lo saben todo, que contestan
con ligereza las preguntas de los alumnos o que inventan las respuestas tiene una gran
trascendencia en el sentido de que se perpetúan las mentiras porque están avaladas por la
autoridad del maestro, pero también en la formación moral de los alumnos cuando descubren
la incongruencia.
El respeto a la dignidad del alumno ha sido muy vulnerado históricamente: se le imponen
contenidos que no van de acuerdo con sus intereses y motivaciones; se le asignan tareas que
no corresponden con lo comprometido en el programa; se le exhibe cuando comete alguna
falta; se divulgan sus calificaciones sin su consentimiento, etcétera. Ciertamente, el maestro
tiene un compromiso con la institución educativa al respetar sus políticas y reglamentos, y
con la sociedad al no permitir que egrese quien no ha probado contar con las habilidades correspondientes,
pero el primer compromiso es con el alumno al propiciar su aprendizaje sin
marginarlo si se rezaga.
EL MÉDICO Y LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA
Este es un tema que amerita una revisión mucho más amplia y profunda que la que aquí se
podrá hacer. Buena parte de los conflictos cotidianos de la práctica clínica tienen que ver
con esta relación. Hoy por hoy, la mayor parte de la educación continua de los médicos es
financiada por la industria farmacéutica, casi siempre en defensa de sus propios intereses;
de tal modo que se convierte, más que en una actualización, en una modificación de la conducta
prescriptiva. Las estrategias publicitarias en favor de sus productos comprenden una
amplísima gama de alternativas, casi todas ellas ideadas con un conocimiento muy preciso de
las motivaciones, aficiones y debilidades de los médicos, quienes frecuentemente encuentran
argumentos académicos o profesionales para justificar sus caídas ante tal seducción. Pero lo
cierto es que la medicina y la industria farmacéutica tienen valores diferentes, como se puede
ver en el
cuadro 21.2, y que el médico tendría que anteponer los propios.
Cuadro 21.2. Los valores de la industria farmacéutica y los de la medicina
Innovación Salud y bienestar
Propiedad intelectual Avance científico
El mercado Reducción de riesgos
Superar a los competidores Valores académicos
Eficiencia
El medicamento como mercancía El medicamento como vehículo de salud
INTERESES EN CONFLICTO
El conflicto de intereses se define como el conjunto de condiciones en que el juicio profesional
concerniente a un interés primario tiende a ser indebidamente influido por un interés
secundario. El interés primario se relaciona con el deber profesional, con la responsabilidad
social y con el compromiso laboral; de manera que el interés primario de los médicos tendría
que ser la salud y el bienestar de los pacientes, como el de los investigadores sería la verdad
científica y el de los maestros el aprendizaje de los alumnos.
Los intereses secundarios, por su parte, no son necesariamente ilegítimos y pueden ser
incluso necesarios o deseables; el problema es su peso relativo en las decisiones o el que
aparentan tener. Estos intereses secundarios, finalmente valores como los primarios, pueden
ser de naturaleza financiera, personal o familiar, política, religiosa o académica. El énfasis en
lo financiero no significa necesariamente que sea más importante o pernicioso que otros, sino
que es más objetivo e intercambiable; el dinero es más fácil de regular por reglas imparciales
y más útil para más propósitos.
El médico contemporáneo enfrenta cotidianamente la necesidad de elegir entre el paciente
y muchos otros valores teóricamente supeditados. Los que laboran en una institución
eligen entre las lealtades a la empresa y la que deben al paciente. Hoy en día este conflicto se
plantea muy claro en México: el desabasto y las deficientes condiciones laborales limitan una
atención óptima al paciente y el médico frecuentemente tiene que dar la cara en defensa de
la institución. Otras lealtades como la que sienten hacia el gremio, la ciencia y la educación
también compiten con la responsabilidad primaria.
ALGUNOS DILEMAS
Uno que se plantea muy claro en la práctica diaria es el que opone a la libertad reproductiva
con los riesgos de la sobrepoblación. Las políticas sanitarias y demográficas imponen a los
médicos obligaciones que atentan marginalmente contra la libertad de los pacientes para procrear.
La coexistencia, en una misma sociedad, de teorías éticas teleológicos y deontológicas
propicia que se perciban contradicciones en la conducta personal de muchos médicos. A la
idea incuestionable de que antes que nada está el paciente, se oponen la selección utilitarista
de los pacientes para tener acceso a los recursos escasos o costosos, según su utilidad social
o algunos otros criterios; de que la asistencia a actividades académicas justifica abandonar
transitoriamente a los enfermos en otras manos porque supone la posibilidad de mejorar y
extender la capacidad benefactora a un mayor número de pacientes; de que los estudiantes
tienen que tener oportunidades de experiencias significativas en la atención directa de los pacientes
y de que la generación de conocimientos resulta muy importante para ofrecer mejores
alternativas a los pacientes del futuro, justificando de esta manera los pequeños sacrificios que
se imponen a los pacientes y en favor de la educación y la investigación.
Las ideas de “calidad de vida” compiten con las del carácter sagrado de la vida al jerarquizar
unas vidas sobre otras y hasta al definir un dintel a partir del cual una vida se considera
como tal. El concepto de futilidad, tan debatido, se plantea con frecuencia para moderar los
ánimos de quienes perseveran en las medidas extraordinarias. Los límites de la vida sólo se
han definido por consenso en su extremo final pero difícilmente se alcanzará tal consenso
para su principio; esto modula muchas de las acciones de los médicos de hoy en día. La preponderancia
de la autonomía sobre la beneficencia o viceversa supone una postura en la que
médicos y pacientes titubeamos.
En conclusión, la práctica clínica cotidiana es una fuente inagotable de reflexiones éticas
en la medida en que tomamos conciencia de ello. Se puede transcurrir en una práctica rutinaria
siguiendo obedientemente las reglas, normas, guías y algoritmos, evitando el conflicto,
como lo hacen muchos colegas que temen criticar o evaluar su propia actuación, pero tenemos
la gran oportunidad de perfeccionar nuestra práctica a partir de una actitud dialéctica que
someta a cuestionamiento tanto el conocimiento establecido como el desempeño personal.