viernes, 2 de septiembre de 2016

La pretendida supremacia de lo natural

INTRODUCCIÓN
El culto de lo natural ha relegado a lo que no lo es a la condición de pernicioso o dañino o,
al menos, subordinado. Llámese artificial, fabricado, químico o sintético, se presume que no
tiene las ventajas de lo que produce la naturaleza. En términos de terapéutica, por ejemplo, se
contrasta la que armoniza con las fuerzas naturales y la que las violenta. Algunas corrientes
de la medicina natural ofrecen terapia con base en remedios herbolarios, prácticamente sin
procesamiento industrial, alimentación casi siempre vegetariana, el empleo de elementos del
ambiente como el agua, la miel y el polen o los productos del mar; su forma farmacéutica
preferida es la infusión, de tal manera que suele curar con “tés”, complementados con dietas,ayunos, enemas y baños. En la cosmética también se publicita, como una cualidad inobjetable,
el que su origen sea natural y el que no tenga aditivos químicos ni elementos de artificio,
porque así la belleza se integra al medio ambiente y no se generan los efectos inconvenientes
que producen los productos artificiales. Y todo esto ha convencido a muchas personas para
buscar remedio a sus males o intentar alcanzar sus aspiraciones estéticas sin traspasar los
límites de la naturaleza. Este movimiento coincide con el de reivindicación de la defensa
del medio que ha arraigado fuertemente ya en las nuevas generaciones, de tal modo que se
refuerza la ecuación maniquea de que lo natural es, por definición, bueno, mientras que lo
artificial es malo, tanto en la terapéutica como en la cosmética. No sin ánimo peyorativo se
habla de mantenimiento ‘artificial’ de la vida, inteligencia ‘artificial’ o creación ‘artificial’ de
la vida, siempre supeditadas a lo natural y jerárquicamente subordinadas. Este escrito aspira
a analizar los argumentos a favor de esta pretendida superioridad de lo natural, a identificar
diferencias ontológicas entre lo natural y lo artificial, a cuestionar si hay una relación jerárquica
entre ellas y a ubicar ambas vertientes como alternativas, todo ello en el contexto de la
atención médica.
DIFERENCIAS ENTRE LO NATURAL Y LO ARTIFICIAL
Podría empezarse por decir que hay quien considera que este es un dilema falso y que las
diferencias son, si se quiere, artificiales y no naturales. Sin embargo, hay toda una discusión
histórica que podría enriquecer el análisis de las características de uno y otro a propósito de
definir si hay o no ventajas prácticas para alguno de los enfoques.
Para Platón todos los artefactos, incluyendo obras de arte, no son más que imitaciones de
la naturaleza, de modo que lo artificial es aquello que parece ser natural pero que en realidad
no lo es. Lo artificial es mera apariencia y esta es la acepción que se aplica, por ejemplo, a
una vida artificial en un paciente terminal; es decir, no se trata de una verdadera vida sino de
un simulacro, una apariencia de vida. Bajo esta perspectiva nadie duda de la jerarquía de lo
natural sobre lo artificial dado que esto último es tan sólo aparente, substituto o imitación.
Todavía más, para Platón, los artefactos no son sólo imitaciones sino copias de copias, dado
que todas las cosas del mundo son imitaciones de sus respectivas ideas.
Para Aristóteles, lo natural y lo artificial son dos esferas diferentes de la realidad, dos
tipos diferentes de conocimiento. Los entes naturales tienen una forma primaria mientras que
los artificiales tienen una forma secundaria que los humanos les imponen; lo natural tiene en
sí mismo la fuente de su propia formación, mientras que en el caso de lo artificial la fuente es
distinta y externa. Para Aristóteles lo artificial no es necesariamente una copia de lo natural,
sino que puede ser una creación, algo inexistente previamente y que no forzosamente tiene
su contraparte en la naturaleza. Lo artificial es lo producido por el hombre y la dicotomía se
extiende hasta la línea divisoria entre lo espontáneo y lo intencional.
Entre los filósofos de la Grecia antigua lo natural tenía un valor más elevado que lo artificial,
dado que significaba algo orgánico, vivo, autónomo y espontáneo, en contraste con lo
artificial que se identificaba con algo muerto, sin alma.
En el medievo lo natural era la obra de Dios y lo artificial obra del hombre. Pero aún ésta
cuenta con la mano evidente de Dios, creador de todo lo existente. Si el hombre es capaz de
crear un artefacto es precisamente porque tiene la ayuda divina y ese artefacto es, en última
instancia, un producto de la voluntad de Dios, el que ha usado al hombre sólo como instrumento
para lograrlo; por ello, lo artificial se supedita a lo Natural (con N mayúscula).
La intervención humana, como distintivo de lo artificial, no sólo se expresa en la creación
de artefactos sino también en la modificación de la naturaleza con fines indagatorios o de
perfeccionamiento. Es decir, es artificio tanto la tecnología como la experimentación, puesto
que ambas son formas de cambiar el curso natural o espontáneo de las cosas. La tecnología
es capaz de crear automóviles y la experimentación de mejorar los productos agrícolas, finalmente
elementos naturales pero artificiosamente transformados.
Descartes decía que en principio no hay ninguna diferencia entre los cuerpos naturales y
los artificiales; acaso la distinción es cuantitativa por los tamaños y proporciones, las que son
mayores en los objetos naturales. Leibniz vuelve a analizar el tema a propósito de las máqui-nas naturales y artificiales y concluye que la diferencia es cuestión de complejidad, mucho
mayor en las máquinas naturales. Llama la atención que uno de los argumentos de los defensores
de lo natural es su relativa simplicidad, lo que contrasta con los argumentos de Leibniz.
Toda esta discusión sobre los límites entre lo natural y lo artificial ha tenido extensiones
hacia otras dicotomías, por ejemplo, la de intervención y observación. En su concepción extrema,
la naturaleza es sólo para ser observada dado que es perfecta, pues es la obra de Dios.
Cualquier intervención que pretenda modificar la naturaleza es una blasfemia y, por lo tanto,
lo artificial es impuro. Este punto de vista jerarquiza la contemplación y condena la intervención
¿Qué es más natural, intervenir o no, por ejemplo, para conservar las especies en vías de
extinción?
En la actitud de los médicos esta dicotomía ha tenido históricamente sus extremos: por
un lado, los médicos conservadores que intervienen lo menos posible para dejar actuar a las
fuerzas benéficas de la naturaleza y, en todo caso, cualquier tímida intervención no tiene más
objeto que favorecer o conducir esas fuerzas. En el otro extremo están los partidarios de las
maniobras heroicas, los que consideran que hay que luchar contra las fuerzas naturales, que
son precisamente las que pueden conducir a los pacientes hacia la muerte o las complicaciones,
médicos que se caracterizan por su intervencionismo. En el primer caso, las fuerzas
naturales son curativas; en el segundo, por el contrario, son las que producen la enfermedad y
sus consecuencias. No cabe duda que la mayoría de los cirujanos se encuentran cerca de este
límite mientras que los internistas tienden a agruparse alrededor del otro, y muchos médicos
en el centro. El intervencionismo ha adquirido carácter de especialidad entre los radiólogos y
los cardiólogos, de tal modo que ya no se ponderan los profesionales de estas áreas que sean
sólo contemplativos.
La investigación también ha tomado camino en los dos sentidos: la llamada investigación
observacional y la intervencionista, frecuentemente experimental o cuasi experimental. A diferencia
de lo que ocurre en otras áreas, en la investigación se pondera mejor lo “artificial” en
tanto que permite un mejor control de las variables y caracteriza a las ciencias “duras” y las
experimentales, que suelen jerarquizarse por encima de las que no lo son.
La contrastación entre natural y lo artificial también se puede extender hacia la diferencia
entre lo teórico y lo práctico, si se acepta que lo primero es lo natural y lo segundo lo artificial,
en tanto que es éste una consecuencia intencional de la acción humana que no se limita a
dejar seguir el curso natural de los acontecimientos. Un derivado directo de este culto por lo
natural son los llamados cultivos “orgánicos” en los que no se utilizan productos químicos industriales
sino que simplemente se cuida que durante todo el proceso no participen elementos
extraños y, acaso, fertilizantes naturales. Algo similar ocurre con lo “kosher” de las costumbres
judías, en que para ser considerado como tal tienen que cumplirse una serie de requisitos,
muchos de los cuales eluden la contaminación artificial.
Pueden intentarse otras derivaciones del conflicto natural-artificial, como verdad-utilidad,
episteme-techne, intelectual-pragmático, pero conviene detenerse aquí para no caer en un exceso
mayor. La visión histórica tiende, pues, a preferir lo natural frente a lo artificial, lo cual
está un tanto representado por la oposición entre la religión y la ciencia, la primera respetando
a la naturaleza como la obra divina y la segunda transformándola como la obra humana. Las
nuevas generaciones, sin embargo, han reconocido el valor de la ciencia y la tecnología, sin
dejar de percibir que, como todo, puede llevar a consecuencias inconvenientes, y de la ambición
del hombre por controlar la naturaleza.
REMEDIOS NATURALES Y ARTIFICIALES
El solo concepto de un remedio se sustenta en la idea de una cierta artificiosidad, dado que es
una intervención voluntaria, planeada, con el fin de modificar la tendencia natural de la enfermedad.
Bajo esta perspectiva casi toda la terapéutica es artificial. La acepción más popular,
sin embargo, considera que es natural lo que no ha sido procesado industrialmente y que se
puede obtener directamente del ambiente. No obstante, hay muchas dudas sobre los límites,
pues por ejemplo, la infusión, que es el medio predilecto de administración de remedios naturales,
ya implica un cierto procesamiento elemental. ¿Los medicamentos digitálicos son natu-rales o artificiales? Provienen de una planta (Digitalis lanata) que se somete a procesamiento
industrial y genera un producto estandarizado que permite su dosificación precisa. Las hormonas
esteroideas generadas a partir del barbasco, los antibióticos producidos por microorganismos
micóticos son otros ejemplos en que los límites entre lo natural y lo fabricado no se
muestran tan claros. En todo caso, toda la industria parte de materia prima de origen natural.
Si lo natural fuese administrar terapéuticamente las plantas en su forma nativa, no cabe duda
que lo artificial resulta más conveniente pues, por ejemplo, el uso que se dio en el pasado a las
hojas de digital fue como veneno para cometer algunos crímenes. Los efectos de las plantas
nativas son impredecibles en razón de la dificultad para administrar la dosis necesaria, dado
que la concentración puede variar de un ejemplar a otro. La industrialización, más que limitar
la utilidad del principio activo, lo purifica, gradúa, estandariza y descontamina, de tal modo
que vuelve más predecible la acción farmacológica de las plantas.
NATUROPATÍA Y FITOTERAPIA
Aunque la exaltación del valor de lo natural se encuentra en varios tipos de práctica médica,
tal vez la naturopatía y la fitoterapia sean las más características. El vocablo “naturismo”, en
la actualidad generalmente asociado a las distintas tendencias ecologistas, suele emplearse
con imprecisión, al grado que se identifica hasta con el nudismo. Se basa en la creencia de
que es en el propio organismo humano donde únicamente reside la capacidad curativa contra
las enfermedades. La denominación equívoca de “naturopatía” con que se conoce en algunos
países (del latín natura, natural, y del griego patos, enfermedad) indica, además, que confía
la curación de las enfermedades a medios y agentes naturales, con exclusión de medicamentos
y procedimientos quirúrgicos. La medicina naturista o neohipocrática parece una propuesta
muy deseable en las condiciones ambientales de la sociedad actual desde el momento en que
hace énfasis en un modo de vida equilibrado, en el justo balance de la dieta y el ejercicio, en
el uso beneficioso del agua, del aire y del sol, en el repudio de todo aquello que pudiera alterar,
intoxicar o dañar el funcionamiento normal del organismo. En donde empieza a resultar
inconveniente es cuando excluye tratamientos farmacológicos o quirúrgicos consagrados, que
han probado científicamente su eficacia y cuando marginan al paciente de un eventual beneficio.
Igualmente resultan inconvenientes muchas prácticas alternativas naturistas no profesionales
sustentadas en dogmas sin fundamento, como no sean las propias creencias de quienes
las ejercen o solicitan.
La fitoterapia se sustenta en el herbalismo que se reconoce como el sistema curativo
más universal y con más profundas raíces antropológicas. A pesar de que se han identificado
tanto principios vegetales benéficos como dañinos, la visión prejuiciada sustentada en raíces
ancestrales tiende a generar una confianza del público que sólo cree en los primeros. La reciente
popularidad de los fitoestrógenos, derivados de la soya, en oposición a los estrógenos
industrializados o sintéticos, es un ejemplo de que no es necesario demostrar eficacia para que
el público demande un cierto remedio.
LO NATURAL COMO INOCUO
Uno de los argumentos más utilizados en favor de lo natural es que no hace daño, como sí lo
hacen los productos industrializados. La naturaleza representa la fuerza vital, lo que anima a
los vivientes, la creación suprema, de tal manera que el adjetivo “natural” se ha convertido
en superlativo de lo sano, benéfico y recomendable y, por supuesto, inocuo. En oposición, lo
que no es bueno es lo artificial, lo químico, lo sintético; si un medicamento o un alimento es
producto de la química, si tiene aditivos artificiales resulta que no es bueno. Para los fanáticos
de lo natural, el adjetivo más peyorativo es que algo contiene químicos. Al margen de la
ignorancia que traduce el decir que algo no es químico, o que la química no es una ciencia
natural, tal tendencia no resulta del todo favorable a la salud. Es verdad que muchos productos
sintéticos pueden representar el riesgo de efectos colaterales, pero no lo es menos a partir de
los productos naturales. En otras palabras, que lo natural no es, por supuesto, garantía de efectividad
o inocuidad y que igual puede ser dañino lo totalmente natural. ¿No son, acaso,rales o artificiales? Provienen de una planta (Digitalis lanata) que se somete a procesamiento
industrial y genera un producto estandarizado que permite su dosificación precisa. Las hormonas
esteroideas generadas a partir del barbasco, los antibióticos producidos por microorganismos
micóticos son otros ejemplos en que los límites entre lo natural y lo fabricado no se
muestran tan claros. En todo caso, toda la industria parte de materia prima de origen natural.
Si lo natural fuese administrar terapéuticamente las plantas en su forma nativa, no cabe duda
que lo artificial resulta más conveniente pues, por ejemplo, el uso que se dio en el pasado a las
hojas de digital fue como veneno para cometer algunos crímenes. Los efectos de las plantas
nativas son impredecibles en razón de la dificultad para administrar la dosis necesaria, dado
que la concentración puede variar de un ejemplar a otro. La industrialización, más que limitar
la utilidad del principio activo, lo purifica, gradúa, estandariza y descontamina, de tal modo
que vuelve más predecible la acción farmacológica de las plantas.
NATUROPATÍA Y FITOTERAPIA
Aunque la exaltación del valor de lo natural se encuentra en varios tipos de práctica médica,
tal vez la naturopatía y la fitoterapia sean las más características. El vocablo “naturismo”, en
la actualidad generalmente asociado a las distintas tendencias ecologistas, suele emplearse
con imprecisión, al grado que se identifica hasta con el nudismo. Se basa en la creencia de
que es en el propio organismo humano donde únicamente reside la capacidad curativa contra
las enfermedades. La denominación equívoca de “naturopatía” con que se conoce en algunos
países (del latín natura, natural, y del griego patos, enfermedad) indica, además, que confía
la curación de las enfermedades a medios y agentes naturales, con exclusión de medicamentos
y procedimientos quirúrgicos. La medicina naturista o neohipocrática parece una propuesta
muy deseable en las condiciones ambientales de la sociedad actual desde el momento en que
hace énfasis en un modo de vida equilibrado, en el justo balance de la dieta y el ejercicio, en
el uso beneficioso del agua, del aire y del sol, en el repudio de todo aquello que pudiera alterar,
intoxicar o dañar el funcionamiento normal del organismo. En donde empieza a resultar
inconveniente es cuando excluye tratamientos farmacológicos o quirúrgicos consagrados, que
han probado científicamente su eficacia y cuando marginan al paciente de un eventual beneficio.
Igualmente resultan inconvenientes muchas prácticas alternativas naturistas no profesionales
sustentadas en dogmas sin fundamento, como no sean las propias creencias de quienes
las ejercen o solicitan.
La fitoterapia se sustenta en el herbalismo que se reconoce como el sistema curativo
más universal y con más profundas raíces antropológicas. A pesar de que se han identificado
tanto principios vegetales benéficos como dañinos, la visión prejuiciada sustentada en raíces
ancestrales tiende a generar una confianza del público que sólo cree en los primeros. La reciente
popularidad de los fitoestrógenos, derivados de la soya, en oposición a los estrógenos
industrializados o sintéticos, es un ejemplo de que no es necesario demostrar eficacia para que
el público demande un cierto remedio.
LO NATURAL COMO INOCUO
Uno de los argumentos más utilizados en favor de lo natural es que no hace daño, como sí lo
hacen los productos industrializados. La naturaleza representa la fuerza vital, lo que anima a
los vivientes, la creación suprema, de tal manera que el adjetivo “natural” se ha convertido
en superlativo de lo sano, benéfico y recomendable y, por supuesto, inocuo. En oposición, lo
que no es bueno es lo artificial, lo químico, lo sintético; si un medicamento o un alimento es
producto de la química, si tiene aditivos artificiales resulta que no es bueno. Para los fanáticos
de lo natural, el adjetivo más peyorativo es que algo contiene químicos. Al margen de la
ignorancia que traduce el decir que algo no es químico, o que la química no es una ciencia
natural, tal tendencia no resulta del todo favorable a la salud. Es verdad que muchos productos
sintéticos pueden representar el riesgo de efectos colaterales, pero no lo es menos a partir de
los productos naturales. En otras palabras, que lo natural no es, por supuesto, garantía de efectividad
o inocuidad y que igual puede ser dañino lo totalmente natural. ¿No son, acaso, naturales la marihuana, la hiedra venenosa, los hongos alucinógenos, el opio y otros productos no
necesariamente benéficos? La toxicidad de algunos remedios herbolarios está perfectamente
documentada, por ejemplo, el daño hepático producido por Dictamnus daycarpus, la Peonia
sp o por el popular “gordolobo” (Verbascum thapsus).
La fertilización in vitro y todas sus variantes, incluida la clonación, han sido condenadas
por muchos críticos; sin embargo, la mayor parte de las objeciones no se refieren a los riesgos
genéticos, sociales o psicológicos sino al hecho de que no es natural y, por lo tanto, significa
la probabilidad de enfrentar consecuencias por atentar contra este orden. Ancestralmente
ha existido un temor de forzar a la naturaleza, de generar efectos que reviertan sobre el ser
humano. El ejemplo de lo que ha ocurrido con el desarrollo industrial cuando atenta contra
los recursos naturales y que parece haber producido, en efecto, consecuencias que se pueden
interpretar como la venganza de la naturaleza, no deja de intimidar. La autopoyesis, es decir,
la generación de seres humanos por seres humanos, parece la mayor violación que podría
hacerse a las leyes naturales y en ello se sustentan muchas de las argumentaciones contra las
modernas técnicas de fertilización.
Desde luego que tampoco se podría decir que lo natural es malo pues muchos medicamentos
eficaces derivan de vegetales y las dietas con productos naturales han probado tener
ventajas indiscutibles en ciertos casos, pero no es su carácter de natural lo que les confiere
estas virtudes. Las “medicinas naturales” han progresado porque prometen a sus clientes que
no habrá químicos, que no tendrán efectos adversos y que no se trata de “toxinas o venenos”
como los tienen la mayor parte de los medicamentos industriales. Sus mejores argumentos
son las incomodidades y molestias que experimentan los pacientes sometidos a quimioterapia
del cáncer (obviamente uno de los tratamientos que generan más síntomas, por lo demás predecibles)
y rescatan pacientes para su causa, muchas veces negándoles la oportunidad de una
quimioterapia eficaz. La elección de la quimioterapia del cáncer como referencia es totalmente
injusta porque no es representativa de los remedios industrializados, pues su fundamento es
precisamente el de generar daño, el que se pretende sea específico para las células neoplásicas
aunque no siempre se logra una toxicidad selectiva; en otras palabras, que los propulsores de
los remedios naturales escogieron el menos tolerado de los remedios “artificiales” para contrastar
las supuestas ventajas de su modalidad terapéutica.
No podría diseñarse una ecuación que relacionara la inocuidad con la eficacia, pues de ese
modo la mejor terapéutica sería la inerte, la que sustenta el dicho popular de que “si no hace
bien, tampoco hace mal”. Si este fuera el sustento de la terapéutica tendríamos que olvidarnos
de los remedios eficaces para buscar sólo los inocuos. Más bien un lema de la terapéutica moderna
podría ser “si bien te puede producir pequeños daños, te producirá muchos beneficios”.
EL DIFERENTE UNIVERSO DE LO NATURAL Y LO INOCUO
Mientras que lo natural se refiere al origen de un determinado remedio, lo inocuo alude a su
incapacidad para hacer daño; el primero se relaciona con su génesis o su causa, el segundo
con la consecuencia o el efecto. Es un silogismo erróneo enlazar el origen con la capacidad
o no de dañar. Podría ser correcto clasificar los remedios en naturales y sintéticos, pero no lo
es, desde luego, asociar esto con su capacidad de dañar o no; sobre todo, es absolutamente
incorrecto señalar que lo que es natural no daña por el sólo hecho de ser natural. Algo similar
podría decirse de su efectividad terapéutica, propiedad que también corresponde a un
campo diferente al del origen del remedio. Ni todo lo natural es inocuo ni todo lo artificial
es dañino; ni todo lo natural es eficaz, ni todo lo artificial es ineficaz. Estas propiedades
de producir o no daño y generar o no efectos benéficos no dependen de si un producto es
natural o artificial.
Si acaso hubiera que tomar partido los productos industrializados tienen la ventaja de que
se ha resuelto la contaminación microbiana que a veces tienen los productos naturales, que se
ha estandarizado el contenido de las formas farmacéuticas de modo que hay más seguridad
para su administración; se han sometido a pruebas científicas para identificar la dosis apropiada,
los efectos terapéuticos y una proporción grande Esto no está reñido con la idea de rendir culto a la naturaleza, de preservar el ambiente, de
evitar los efectos adversos de los fármacos, de minimizar los daños ecológicos producidos por
la terapéutica, de aprovechar las ventajas que ofrece lo natural y de restringir lo más posible
el uso de medicamentos.
En otras palabras, la pretendida supremacía de lo natural no parece más que uno de los
mitos publicitarios que aprovechan el furor ecológico, las tradiciones ancestrales y la ingenuidad
de las personas. Se apoya en la ventaja de que anunciándolo como natural no se está engañando
a nadie y ni siquiera se suele señalar explícitamente la analogía entre natural y bueno
sino que se saca provecho de un prejuicio del público. El movimiento de la medicina basada
en evidencias pretende identificar lo que tiene cualidades de validez, confiabilidad, utilidad e
importancia mediante la aplicación de los preceptos de la ciencia. Muchos remedios naturales
seguramente saldrán airosos de esta evaluación crítica y otros no, pero tendrá que desterrarse
la idea de agrupar todo lo natural en el compartimiento de lo benéfico, opuesto a lo artificial,
y más bien ponderar las virtudes individuales de cada remedio al margen del casillero en el
que se les coloque. En otras palabras: ofrecer a los pacientes lo mejor de los dos mundos.
LECTURAS RECOMENDADAS
• Andorno R. Bioética y dignidad de la persona. Madrid: Editorial Tecnos 1998.
• Dahmanda S. Safety issues affecting. Disponible en: herbs.www/itmonline.org/arts/pas/htm
• Fehér M. Lo natural y lo artificial (un ensayo de clarificación conceptual). Teorema (Revista Internacional de
Filosofía). 1998;18(3).
• Guerra F. Las medicinas marginales. Madrid: Alianza Editorial 1976.
• López-Pñeiro JM, Terrada ML. Sistemas médicos extraacadémicos. En: Introducción a la medicina. Barcelona:
2000. Editorial Crítica pp. 219-35.
• McCarthy M, Wilkinson ML. Recent advances. Hepatology. BMJ 1999;318:1256-9.
• Raymont P. Leibnitz’s distinction between natural and artificial machines. Paideia.
• Vickers A, Zollman C. Herbal medicine. BMJ 1999;319:1050-3.

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