Los cambios que ha experimentado la sociedad en los últimos años han desembocado en un
papel diferente del paciente en cuanto a la atención de su salud. La tradición hipocrática,
sustentada en el paternalismo, dejaba todas las decisiones en manos del médico el que, ciertamente
buscando el beneficio del enfermo, dictaba órdenes que el paciente no tenía más remedio
que obedecer, independientemente de que le parecieran o no razonables y de que tomaran
en cuenta sus deseos y expectativas, sus recelos y temores. El lema de los médicos parecía ser:
“todo por el paciente, pero sin el paciente”.
Hoy en día la situación ha cambiado, al menos en un grupo significativo de pacientes,
los que se han hecho conscientes de sus derechos, exigen intervenir en las decisiones que les
conciernen y se han convertido en participantes activos del proceso de atención, ejercen su
poder de consumidores y se niegan incluso a seguir las prescripciones del médico si no les
parecen apropiadas. Lo cierto es que en la medida en que el paciente participe en su atención
las probabilidades de éxito terapéutico se incrementan y que por muchos años se perdió esta
oportunidad al comportarse como obedientes procesadores de órdenes.
El asunto ha alcanzado niveles aún más críticos. El paciente de hoy en día cuestiona a sus
médicos, exige explicaciones (a las que por supuesto tiene derecho), aporta su punto de vista,
consulta otras opiniones, cuenta con textos para corroborar la pertinencia de la prescripción
o lo consulta en internet y, en el extremo, se queja formalmente, reclama y demanda, a veces
penalmente. Todo esto parece saludable en la medida en que se ejerce una regulación social
de la práctica médica que no existía en el pasado, asumiendo que se actuaba de buena fe en
todos los casos.
Pero también se han propiciado algunas situaciones inconvenientes. Por una parte, ha despertado
la codicia de ciertos gestores, frecuentemente abogados, que se ubican en las puertas
de los hospitales y consultorios para convencer a los pacientes que demanden a sus médicos,
no tanto para obtener mejores resultados en términos de salud sino para lograr beneficios económicos
que compartirían por supuesto con sus gestores. Se aprovecha el sentimiento natural
que se crea a partir de la enfermedad y la muerte para cebarlo en el médico, que representa
a todo el sistema de salud y sus deficiencias, propiciando más venganza que justicia. Se va
creando una cultura de la demanda que amenaza alcanzar los excesos que han ocurrido en
Estados Unidos y que obligan a todos los médicos a contar con seguros de mala práctica, han
encarecido la atención de la salud y sólo han beneficiado a los abogados y a las compañías de
seguros.
La otra consecuencia inconveniente es lo que se ha llamado “medicina defensiva”, que
también ha alcanzado su cúspide en Estados Unidos. Ante la creciente amenaza, los médicos
se protegen mediante acciones que les permitan enfrentar las demandas, independientemente
de que estas acciones sean o no necesarias para la atención del paciente. El pensamiento del
médico no está tanto en la resolución de los problemas de los enfermos como en las estrategias
para evitar ser procesado por mala práctica. A todos los pacientes con dolor de cabeza (que
son millones), por ejemplo, se les realizaría una tomografía o una resonancia magnética decráneo, aunque claramente el dolor de cabeza parezca por tensión o por migraña, ambas situaciones
que no se acompañan de anormalidades en esos estudios. La razón de efectuarlos es
que en un futuro el paciente podría desarrollar, por ejemplo, un tumor cerebral y demandar al
médico que no lo descubrió oportunamente a pesar de que se le consultó por dolor de cabeza.
El médico, entonces, se defiende mostrando las pruebas documentales de que en el momento
en que él lo atendió no había ningún tumor cerebral. La medicina defensiva es, entonces, la
que emplea procedimientos que tienen como único fin evitar las demandas por mala práctica
o enfrentarse a ellas. Esta forma de ejercer la medicina ocurre cada vez más frecuentemente
y significa un claro dispendio de recursos. En razón de prepararse para enfrentar eventuales
demandas y reclamaciones se propicia la participación de muchos especialistas, se efectúan
estudios excesivos y hasta se realizan intervenciones quirúrgicas innecesarias; en resumen, se
incrementan los costos de la atención médica y las molestias, incomodidades y riesgos para
los pacientes, sin que exista un beneficio real para su salud. Entre las definiciones que se han
propuesto para la medicina defensiva se encuentran las siguientes:
• Empleo de procedimientos diagnósticos o terapéuticos con el propósito explícito de
evitar demandas.
• Cambios en la práctica del médico para defenderse de controversias y demandas
por juicios en su ejercicio profesional.
La interacción entre médicos y pacientes se ha sustentado históricamente en la confianza
de los pacientes y en la capacidad de autorregulación de los médicos. Hoy las expectativas
del público se han excedido y lo menos que se espera de los médicos es que sean infalibles,
dado que su materia de trabajo es nada menos que la salud y la vida humanas. En esta época
de desconfianzas mutuas el acto médico se identifica como un servicio técnico más, se tiende
a convertir en un evento comercial o al menos contractual en que cada quien se cuida del otro,
y se vulnera el carácter profundamente humano de esta entrañable relación.
LECTURAS RECOMENDADAS
• Paredes-Sierra R. Ética y medicina defensiva. En: Seminario: “EL ejercicio actual de la medicina”. Facultad de
Medicina UNAM. 2003. Disponible en: http//www.facmed.unam.mx/eventos/seam
• Sánchez-González JM, Tena-Tamayo C, Mahuina E, Hernández-Gambioa LE, Rivera Cisneros AE. Medicina
defensiva en México: una encuesta exploratoria para su caracterización. Cir Ciruj 2005;73:199-206.